miércoles

Crónica I: Charada

Toma mi cabeza entre sus manos y me suspira el pelo. Tiene manos fuertes, casi en contradicción con la ligereza de sus movimientos. Me besa las párpados, suavemente, como si no quisiese interrumpir mi adormecimiento. Tengo una sombra en el labio producto del anhelo. Sólo puedo pensar en la curvatura de su espalda, en el viento en su camisa, en los adjetivos que debo emplear para poder transcribir, en sus manos cada vez más cerca, más cerca, sobre mi omóplato en luz de luna, en mi boca cruzando sus dedos, en su guiño su engaño, su palabra puesta en mi boca. Le devuelvo esta risa mientras el ríe también. Lo absurdo de haber llegado al fin de la idea como consumación. Nunca antes, un nunca antes he sentido, constante murmurado, suspirado.  Hay una palabra que nos define: deseo.  Palabras, a través de ellas lo encuentro a él y es absurdo, sigue siendo absurdo. estar acá. Es la misma imagen, con otros, y otros, pero esta vez es diferente porque sabe que hemos llegado al final, sin imaginar que esto habría arrancado ya con la primer vigilia. Porque la diferencia está en imaginarme suya y verme corporalmente desplegada sobre sus piernas. Eterna premonición, mi cuerpo y yo, acostados entre sus sábanas. Sé cuándo llegará el deseo y ha llegado desde el primer momento. Me doy cuenta y es terrible. Se separa de mí y me observa, como tantas otras veces, como en una postal. Esas manos que dan miedo y a la vez aplacan tanto espasmo, tanta búsqueda. La aplacan, la postergan. Por eso me entrego. Porque así me entiende, así  me aprehende, así me comprende. La imagen es ésta: si hay deseo, hay escena, hay suceso.   Él me deduce y me escurre, me adopta, me traduce y me bebe. Me recorre buscando mi historia que está intacta. La de él está lejos ya, remota. No la puedo tomar de la misma forma que él me toma a mí. Algo que no me pertenece, por eso él me ata a su muelle. Y me da lugar. Lo soplo como pluma, delicadamente. Translúcida, plena, soy la mujer, soy la niña,  de ayer y hoy, corrompida e inocente. Me comprendo, ¡al fin! Eso que creía no saber sobre el ansia, el placer, está entre nosotros, plenamente utilizado. Lo estoy empleando al fin. Y nos tomamos mientras me abrazo a ese vínculo que parece sujetarse de un fino hilo. Se completa y tiene las manos azules, perdidas, igual que las mías. Por eso me besa los dedos, las palmas. Y lo azul se defiende en fuego, tierno fuego, cielo de fuego y búsqueda. Goza, sujeta, sucumbe en lo que fluye. Delicada, sí, delicada entre sus brazos.
Sed, mía, suya. Compartida.
Lo único que podemos compartir en este mundo.
No es penoso.
Es real.
Finalmente es.

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