No puedo escribir
sobre la felicidad, pero sí sobre el miedo. El hombre
del que siempre hablo
lo sabe. No sé cómo explicarlo, es mi sombra
eterna; el cerrar los párpados
de la coherencia. Necesito escupirlo de mi boca, irrumpir de él sobre los campos vastos y que se hundan todas las palabras
y que se hundan y se vuelvan insípidas. El hombre
del que siempre hablo
me canta algunos tangos al oído
mientras duermo. No sé como decirlo, me habla del amor
y del odio... Me habla sobre mi amor. Necesito que me lleve de su boca, que me invada como un veneno, ámbar, licor amable. Necesito de él algo más. El hombre de todas las fronteras, el hombre de los mil años de edad. Me habla de mi amor pero no lo entiende. No existe la palabra, ni siquiera su traducción. El hombre que habla de los mil lenguajes, ni siquiera entiende lo que le estoy diciendo. El hombre de las mil palabras, de los mil sentidos. Que habla, de las palabras, del caos, que habla de la música, del motivo, de la imagen que representa. Camina solo, porque si me llevase, me llevaría con una sola mano, me haría mirar antes de cruzar. Camina por esas callecitas que son angostas y se ajusta el cinturón con las dos manos. No tengo miedo de hablarle de la infidelidad de sus propósitos mas instintivos. La infidelidad de mis propósitos, que nada tienen que ver con el hombre, que mas sabe, que mas entiende. Me gusta el nombre propio que carga en su espalda, en su espalda de mil perdidas y mil búsquedas. Y entiendan que habla más del amor que nadie. Hoy despierto, con su canto, de mil traducciones
caminé descalzo
por el senderode tu cuerpo
y me asusté
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