martes

Crónica III

 
 Nan Goldin



Esa noche, sentada sobre el sillón a oscuras, pretedía ignorar la relevancia de la situación. Sobre el mueble enmantelado están los restos de una cena rápida, armada, casi de plástico, para disimular el propósito de la ocasión. Se lo había pedido explícitamente: deseo ver, mirar, colmarme de imágenes, todo visual, sólo desde afuera, por favor te lo pido, permitímelo. Él aceptó, reacio al principio, cuestionando mi capacidad de asombro, mi bochorno y mis dilemas morales. Me abrió la puerta del departamento y comprobé lo que me imaginaba: la situación, el pronóstico ansioso que me atormentaba con culpa. Podía respirar a través de la luz pálida de las lámparas, sentir la textura rígida de la alfombra, percibir los murmullos de los libros del estante, podía sentirlo al igual que él. Y luego está ella, borrosa ante mis ojos, casi un fantasma, carente de forma, bordes y contornos, una mera proyección de mí misma con algunos años más. Ahora te veo observarla derramarse como miel, casi desarmado, mientras yo respiro fuera de esta hipnótica danza. A lo lejos, se escuchan risas de guardilla, cómplices a mis espaldas. Me mientes mientras la tocas, ágil y demasiado inerte, y me permito descansar en esta ilusión. Estoy en un hastío constante, luchando compungida frente a tus ojos, frente a tu rostro de sarcástica expresión. Es irremediable, te introduces vigoroso en cada río, en cada espacio, inocente y suspicaz, encaprichado de las sábanas, ensombreciendo el paisaje con verdades atroces. Y puedo intuir, yo la inocente, la joven, que no es a ella a la que despojas de su centro, a la que desarmas y mueves a tu antojo, a la que sacudes como abanico, es a mí, a la perpleja, a la inocente de ojos conmocionados, a la abrumada de negación, a la que desea, busca y encuentra. El punto aparte en la escena, recostada sobre el sillón. Entonces me sitúo en mí misma y me veo rígida, impactada, buscándote insatisfecha y encaprichada. Por eso me alejo de este espacio que sólo me mantiene más cerca de la premonición. Mientras esté cerca no podré huir... Pero no puedo desviar los ojos de ese magnetismo que implantas en cada ademán de tus brazos, en cada parte de su cuerpo que devoras ávidamente. Soy un espejo. Finalmente, todo acaba de la misma forma que ha empezado, con tu mirada clavada en mi rostro. Estoy desnuda sin siquiera estarlo. Intuyo la respuesta a aquella premonición: es una entrega devota al resonante peso de tu historia. No existe el pudor, se siente como una conexión de otro tiempo, más allá de la superficie leve de la carne. Me has enseñado como mostrar lo que uno no es, como traducirse en sombra, como interpretar ser encantadora, a través de tu ojo crítico y maduro, rompiendo cualquier límite impuesto por mi mente, rechazando cada uno de mis argumentos, desfigurando mi retórica, para transformarme en lo más auténtico y palpable, en lo más manejable de mi carácter, rebasando la untuosidad de mi centro y colmándome metafísicamente. Vuelvo a casa en un estado adormecido, ennegrecida por la experiencia, comprendiendo la imagen y adoptándola como propia, rechazado la historia ya escrita por mis manos, rechazándome al mismo tiempo para ser un anexo, para colmar tu propósito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario