El bandoneón suena resonante, reafirmando con cada nota su presencia, ubicando al oyente en tiempo y espacio: esto es un tango, es esto y nada más que esto. Acompaña una voz profunda, rasposa, que vive cada palabra, la saborea, la mueve, la desplaza a lo largo de la habitación, y la rodea. Ella se marea entre el humo del tabaco, la dulzura asfixiante del licor y la caricias que recibe de aquellas manos en su cintura y le provocan risa. Hay en el espacio una luz tenue, que barniza cada rincón del salón, cada contorno y forma, casi perteneciendo un poco a cada objeto. Esa luz también se proyecta a ellos dos y los flanquea, silenciosa, acompañando despacio cada movimiento.
Son dos y se mueven bajo el rigor de la música.
Se deja caer sonámbula en sus brazos y él la sujeta, la moldea, la estimula mediante un bandoneón proyectado. La escena es íntima. Da pudor verla desde el afuera, dan ganas de introducirse en el instante mismo de aquellas caricias secretas, dan ganas de no ser, o sólo ser aquella luz incandescente, de bañar de luz dorada cada gesto, cada respiración acompasada. Hay un silencio perceptible en el salón, cada uno de los invitados está inquieto, debatiéndose internamente entre retirarse o acoplarse silenciosamente a las paredes, a los manteles manchados de vino, a los platos sucios, al relleno innecesario.
El le susurra despacio al oído, como un arrullo inquieto.
Volverás
a mí
mañana
en la penumbra
Y le canta, con su voz de memoria, mientras la seduce con la irremediable reticencia que aplica en su vida, y ella, siempre atenta a las voces, soñándose en aquel puerto salado, moviéndose con el viento en su plenitud. El placer y el goce, un poco pausados, un poco adormecidos, revelándose siempre en cada tacto, con aquellos labios, moviéndose lentamente sobre su piel, sugiriéndose en lo más privado, movilizando el paisaje como un vidrio empañado.
Lo que genera dolor es pensar. Pensar en el porqué del necesitar. Un verbo que marca una urgencia: necesitar, precisar, urgir. Eso que no se tiene, pero que urge remediar. Lo que une a dos amantes es la carencia misma, lo que no está, un intercambio, una devolución. Y es también un poco resignarse, sí, a lo deslumbrante del contacto, pero también admitir que hay una inquebrantable frontera que no nos permite introducirnos en el otro y en su historia. Habría que dejarse estar, un adiós momentáneo a nuestra moral, a nuestras creencias máximas. Y allí casi como algo desbordante, como a flote, sale lo incomprensible o lo amoroso y su traducción.
Tan desbordante como indecible, como indecente.
Aquellos dos siguen bailando, ajenos a estas reflexiones, seguramente queriendo salvarse, de estas que sólo provocan una rigidez en los pies y chau baile.
Con tus pies cansados
volverás
caminito del aire
azulada
compañera
de este
pesar
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