martes

Sucesión

La luz nocturna se desliza, amarillenta, densa, sobre los pliegues de mi almohada. Mi boca sacude entre sueños palabras de amor, dibujadas por una mano, una mano meciendo una cuna cercana a mi hogar. Mi ventana da a la calle, al centro de la avenida. Esa misma luz interfiere entre la gente que ríe. Los hombres se engañan, al igual que yo, noche tras noche, doblada en una sábana eterna. Narcótica búsqueda agobiante. Ya ni siquiera sabemos la razón. Por las noches me despierto empapada en pensamientos ajenos, de un siglo atrás, donde no soy yo la que anhela sino la otra, la que llora y ríe al desnudar los pies en el balcón. No sé que imploro, no sé que añoro. ¿Serán aquellas manos de historia y vida, macizas, que me acurrucan en mi femineidad?
Tal vez son ellos, los que me alejan del borde. (Nota: Siempre buscando el borde, el tropezón, el aire dulzón de azúcar).
La melancolía eterna, siempre interfiriendo, en cada gesto, en cada beso, inundándonos lentamente, con su suavidad y su letargo, volcándose sobre los párpados de los jovenes alados, implorando atención... Ahogandonos en la náusea constante de una búsqueda tenebrosa.

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