jueves

Iglesia

Tu cara y tu casa son como la fachada de una iglesia. Una iglesia imponente, dotada de luces, tu conciencia, tu boca y estas texturas. Me paro en frente tuyo (gigante, todos los años en vos) intentando entenderte un poco, como cualquier estructura inmensa me siento chiquita, pero igual avanzo, te avanzo, como suelo hacer. Fachada de porte magnífico, suelen decirte, fachada. Una portada inquebrantable. Los vidrios de colores esos, tus dibujos, son el contenido invasivo de tus capacidades. La suavidad de tus paredes, dotes de ternura, son la representación del carácter impune de tu sistema mas privado, ese que le da vida a todo lo haces y decís. A pesar de todo, del miedo y del espanto de incorporarte tanto, transito y deambulo. Me acerco, me acerco tanto para tocarte (debilidad religiosa). Alabarte y adorarte. Penitencias karmáticas. Te acecho, deambulo con ojos de cordero idiotizado y te encuentro las fallas, los pliegues y los surcos; la suciedad y los bichos; te encuentro los mantras prohibidos, (todo eso que no decís y te ocultas; cuando la vergüenza se te vuelve humana). Y ahora me siento despierta, veo la caca de las palomas sobre tus ventanas y esos pinches tortuosos para que éstas no se incrusten en ellas. Veo como el aire se envicia, se humedece y me desespero. No entiendo y ahora comienza el fuego y esta iglesia se me derrite, se me derrumba, se me  rompen poco a poco tus huesos y en un afán de salvarte intento comerte viva, intento juntarte los pedazos y cada vez hay menos aire y tengo miedo, no te puedo dejar, no te puedo dejar, y esta iglesia con este aire me escupe en la cara y no sé si es eso o realmente estoy llorando como una estúpida.

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