a veces me despierto corte maestra de las palabras, y les doy forma, las hago crecer. Me las ingenio para apuntar y redondear lo que digo hacia dónde yo quiero. Obsesiva, las mido una a una, las peso, las toco, las siento y luego me las hago propias. Cuando abro la boca, las invito a salir, les permito pasear, las muestro y después las hago desfilar. Ellas, las muy guachas, una a una, se rebelan, se pierden, se me ponen en contra. Son caprichosas, me discuten, ya no sé como atajarlas. Por eso me enojo, las insulto, las desvalorizo, las mido con una vara muy alta. Después las critico, las bardeo a sus espaldas. Les cuento a los demás lo mal que se portan, lo mucho que flashean, las muy caprichosas inmaduras. No termino de entender, las veo emborracharse alocadas, las muy prepotentes, se enredan y terminan vomitándose. Esa tal vez es la causa de esta secuencia, mi cara desencajada, a veces el bochorno en el costado de mi boca, la mueca desacertada, horrible, engañosa. Habría que domesticarlas, aburrirlas, dejarlas dormidas, sedadas, emborracharlas a propósito, dejarlas salir mareadas, verborrágicas, hacerse cargo, dejar de especular.
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