Una mujer arrebatada. Una mujer que se esconde y muestra sus pechos cantando al aire el miedo de la libertad. La seducción es este hombre empoderado y la oscuridad de las luces son esta visión rasgada, esta mentalidad infantil. Ella, la enamorada de la imposibilidad de su edad caducada. El peligro como unos cuervos negros que acechan un sexo hinchado. Hay miedo en las luces, hay miedo en el rostro de la mujer, hay miedo en esta espera adolescente. Adolece porque duele, como duele el tiempo perdido en la tumba de la virginidad. Un chanchito que se pone al poder de un comensal que está hambriento, lleno de cuervos negros. Lleno de poder, el hombre empoderado, se deshace de la corbata y arremete contra el chanchito sin piel ni muslos. Arremete y hunde sus manos de cuervo negro por entre las entrepiernas del chanchito, mujer niña arrebatada. Y mientras ella cierra los ojos, el joven de Monserrat achina los ojos en un canto victorioso por la libertad de un pueblo en manos de otro poder, un poder no tan sexual y más político. Mujer arrebatada que hace políticas desde su cuerpo, penetrada por un macho patriarcal. Los vientos llevan la respuesta y la dejan secar a la luz de la humedad. Peligro acechando, pero la niña se entrega al placer carnal, que termina en una incógnita y en una respuesta oriental que da miedo: peligro.
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